Hay ciertas cosas que por malas hay que vivirlas para entenderlas por completo, pues resultan indescriptibles a la hora de explicarlas por las propias víctimas e imposible de imaginar para los que afortunadamente nunca las han sufrido. Entre esas cosas se destaca el despido como una herida que marca las vidas de los que lo sufrimos generando daños directos y colaterales, puntuales y crónicos. Por eso desde este blog en el que se ha dado lugar a una lucha tan desigual como dura contra uno de los principales grupos económicos del país en defensa del trabajo, me siento comprometido a emitir mi mas fervoroso grito en favor de otros trabajadores víctimas de despidos represivos a riesgo de que una vez mas resulte un tímido sonido perdido en el aire.
Desde la indignación al ver satisfacción en trabajadores por el infortunio de otros trabajadores, me esfuerzo en hablarle principalmente a los que equivocados perciben algo positivo en este atentado contra nuestra sociedad mediante despidos masivos. Yendo aún mas allá de las consecuencias negativas de base propias de generar mayor oferta laboral por incremento de desocupados para todos los que somos asalariados (problemas para conseguir empleo, empleos mas precarios, inestabilidad laboral por exceso de oferta, etc), ahondaremos un poco en el tema intentando explicar un despido desde adentro.
Lo primero es el impacto inicial generado por el despojo a la fuerza de nuestra vida, de nuestra identidad, de nuestra esencia, porque el trabajo es parte fundamental de aquello que somos. Por eso que cuando nos lo quitan, están matando aquella persona que éramos mientras lo teníamos para dar lugar a otra parecida o muy distinta en función de las posibilidades, en general complicadas, de acceder a un trabajo similar. Una cosa es levantarse después de caerse, otra muy distinta es hacerlo luego de que te tiraron como en estos casos. Cuando te tiran tenés que sobreponerte a la decepción, a la frustración de sentirte desplazado violentamente de un lugar en el que pretendías permanecer.
Pero eso es solo una parte, las pruebas que deben superarse posteriormente son tan innumerables como dolorosas. Tener que poner la cara ante tus hijos y mujer para contarles tu despido es una de ellas, es mostrarse desnudo en pleno fracaso con la incertidumbre de quien no sabe aún cuando, cuanto, ni como podrá levantarse. La vergüenza se incrementa acompañada por la decepción en cara de aquellos que nos tienen como referentes, de repente pasamos de ser los grandes de la casa a estar reducidos a la mínima expresión de nuestro ser que jamás se hubieran imaginado.
Además hay que sumar las consecuencias económicas, las deudas que empiezan a acumularse, que se van acrecentando hasta dejarnos mas a la corta que a la larga en manos de los bancos que se hacen un festín con los intereses surgidos de las refinanciaciones en que vamos cayendo. Todo esto en medio del temor por ver como se van comprometiendo o van desapareciendo todas aquellas cosas que hemos podido ir juntando con tanto esfuerzo.
Posteriormente la estigmatización que sufrimos por las situaciones hipotéticas que generaron la acción represiva de echarnos, quedamos marcados como incapaces, vagos, rebeldes u otros adjetivos que luego funcionan como un factor ineludible que nos cierra la entrada a varias empresas y lugares, que nos hacen mas compleja la situación y hasta en algunos casos nos quita la posibilidad de volver a ejercer nuestra profesión u oficio. Hay que ser muy basura para calificar a una persona con un apelativo despectivo sin siquiera conocerla, varios de los que llaman ñoquis a otros han faltado mas a su empleo que los discriminados a priori por el lugar donde ejercen sus funciones entre licencias por fin de semana, dolencias físicas, trámites, arreglos internos, vacaciones acomodadas y otras tantas cosas. Inclusive gran parte de los que hablan por estos días desde la política haciéndose eco de estas calificaciones injuriosas, han concurrido a su función pública en la mitad de las ocasiones en que les correspondían o menos siendo mucho mas susceptibles de estas calificaciones discriminativas que los acusados por ellos mismos.
Estas consecuencias detalladas escuetamente son solo parte de las sufridas por cada uno de los miles de trabajadores que desde finales de Diciembre perdieron su trabajo, esos que despidieron de a miles mientras lastimosamente muchos de los que conozco parecían festejar esa barbaridad que sufrí como propia por haber pasado lo mismo hace algunos años o mientras miraban para otro lado buscando entretenimiento en una ridícula fuga tan oportuna como sobre difundida. Por favor no pueden condenar a un montón de inocentes por unos pocos que supuestamente no hacen bien las cosas, no se pueden ejercer estas medidas masivamente para posteriormente revisar si hubo errores. Porque después puede ser tarde, porque el después si no hay reacción o si alguien queda solo como me pasó a mi muchas veces nunca existe.
Me cuesta entender como no hay una indignación masiva por los despidos, no puede ser que la opinión pública inducida por los medios nos vuelva tan salvajes como para no entender que un montón de personas están sufriendo injustamente e inclusive algunos pueden no volver a recuperarse. Que en lugar de condenar un despido injusto para lograr uno supuestamente justo, aprobemos un despido injusto en función de lograr uno presuntamente justo muestra un nivel de mishiadura extrema que nos expone en un grado de maldad atroz, inhumano.
El trabajo es un derecho, nos pertenece. A tal punto es así que nuestra constitución, aplicada a cuenta gota por los jueces temerosos de avanzar sobre las libertades de las que se fueron apropiando los poderosos por su propio pesos y mas propensos a ponernos precio constantemente a los trabajadores, prohíbe expresamente el despido arbitrario. Demos la magnitud a los despidos que le corresponde, es una forma de represión extrema y anticonstitucional, no nos volvamos tan rústicos, tan insensibles, tan bestias como para no oponernos, aceptarlos o peor aún festejarlos. Somos todos argentinos, abramos los ojos para ver en este engaño un punto de inflexión para no permitir que nos sigan haciendo cometer errores, atacándonos y lastimando a los nuestros empujados por bombardeos de campañas sucias y mentiras.
Hoy miles de familias están viviendo un momento horrible por estos despidos empezando el año de la peor manera, es terrible lo que está pasando. Reaccionemos, tomemos conciencia de esta locura. En los noventa fueron muchos otros, un dia fui yo, hoy son ellos, mañana pueden ser ustedes o alguno de sus afectos.