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lunes, 6 de octubre de 2014

MALDITA JUSTICIA

No hay nada mas peligroso que la justicia, lamentablemente lo terminé de entender cuando fui víctima de su atroz accionar. La justicia me quitó mi vida, me condenó a empezar de menos mil por una acción incomprensible del juez Guisado que invirtió la carga de prueba del primer fallo sobre la espalda del mas débil para que la causa de un giro total.

Cada noche entre lágrimas busco razones al inexplicable hecho por el que tras un primer fallo en su contra la empresa que me despidió represivamente, que nunca presentó ningún testigo propio, que no mostró sus libros a los peritos, que se acercó solo a ofrecerme dinero para dejar mi lucha y que nunca tuvo motivo adicional a reprimirme para mi despido, ganó el juicio en segunda instancia en tiempo récord (10 días) y solo poniendo el nombre en la causa.

Sufro porque en la figura de Guisado descubrí el odio a mis 36 años, en este 2014 que tendría que haber sido el mejor año de mi vida y él lo transformó en el peor. Medir el costo de su fallo se ha vuelto para mí en una tortura que se esconde a diario en mi almohada para pincharme cada vez que acomodó mi cabeza. Así el sueño nunca llega entre pinchazos que se intercalan entre mis pensamientos.

Con la impotencia de ya no tener a quien recurrir, mientras veo a mis hijos crecer de repente para sostener mi frustrado cuerpo, entiendo cuanto mas peligrosa es la justicia que la inseguridad. A diferencia de cualquier delincuente menor la justicia puede quitarte lo que tenés, lo que nunca tendrás y hasta lo que vas a tener. Me quitó la ilusión, la esperanza, mi fe cristiana, mi fe en los demás y mi fe en mi mismo. A diferencia de los hechos que muestran en televisión no me quitó la vida, pero peor aún me quitó las ganas de vivir.

Ojalá el Dr. Guisado me hubiera matado, me habría evitado la humillación de que mis hijos me vean llorando por los rincones, de tener que contarles mi derrota y de negarles cada actividad que implique un gasto sin tener el valor ya de mirarlos a los ojos. Me habría ahorrado el desprecio tras arrodillarme en cada puerta a pedir una oportunidad laboral, la vergüenza de contar a cada uno de los que estaban pendientes de mi vuelta el golpe que me propinaron y todos estos dias plagados de tristeza recordando los festejos que me acompañaron el último Diciembre tras el fallo de primera instancia.

Hace unas noches mi mujer me encontró en el piso del comedor, me temblaba la mandíbula descontroladamente y al tocarme me dijo que estaba congelado aún cuando yo no tenía frío. Mi sensación en ese momento era que me estaba muriendo, no sé si es lo que sentí o lo que quería sentir. Me acomodó en la cama y me abrazó compasivamente, mientras yo solo me tomaba la cabeza como si el resto de mi cuerpo no me perteneciera. Recién había visto que la justicia me dejaba sin tercera instancia, que mi vida no le parecía importante y como la mayoría de los casos me negaban el derecho a que la corte revea la atrocidad del Sr. Guisado.


Maldita Justicia, Maldito Guisado, Maldito país. Algunos se preguntan cómo en Argentina hay gente de padres decentes que es delincuente y asesina, yo hoy me pregunto como no serlo. Seguramente hasta el peor asesino recibe un trato mas cordial de parte de la justicia accediendo a un fallo menos nocivo. A mi me condenaron con la pérdida de mas de 800.000 de pesos para alguien que hace solo cuatro años le pudo pagar las primeras vacaciones a sus hijos, me quitaron mas de 100 días de vacaciones con ellos, me dejaron sin poder compartir miles de horas con mis amigos del trabajo que me esperaban
ansiosamente, me quitaron la posibilidad de volver a ejercer mi profesión, me empujaron a la marginalidad y me dejan una dolorosa herida que nunca va a dejar de supurar.


Ya refinancié las tarjetas, ya le pedí plata a familiares que no sé como voy a devolver, ya vinieron de bancos a mi casa reclamando deudas, ya dejé varios carritos en la línea de caja del mercado, ya cambié la leche por el mate cocido en casa, ya me tapé interese y estoy pagando intereses de los intereses. Cada día me topo con un método de humillación distinta, en público, en privado y lamentablemente ante los ojos impávidos de mi mujer que vé como nunca termino de derrumbarme.

Y se espantan de la corte de los EEUU cuando aquí la nuestra suele hacer exactamente lo mismo, yo la sufrí y es denigrante. Es la impotencia de no tener a que recurrir, de mantener un sistema que decide saltar por encima tuyo y ser parte de un abuso por el que la Justicia me está penetrando hasta la médula para que no pueda volver a arrancar.

Destruyeron mi vida y le quitaron a mi familia mas de lo que alguna vez podré darle, ni el peor crimen merece la pena que me impuso el Juez Héctor Guisado. Denuncié un abuso, inicié una causa y resulté duramente condenado, maldito país, maldita justicia.

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